Niña flagelada vivía en la miseria
Pequeña, apenas una habitación de ladrillo rústico en la orilla del gran basurero de K’ara K’ara, literalmente la última casita al final del camino en Palta Orko, en la zona sur. Antes de llegar, un montón de casuchas similares. Detrás, una montaña de llantas viejas y una caravana de chatarra. Alrededor un paisaje gris: bloques de casas de ladrillos, cercos de espinos y niños jugando en medio de la tierra, con las caras curtidas.
Así era la casa donde vivía Giancarla, la niña de año y siete meses, flagelada por sus padres y violada presuntamente por el progenitor, en el último rincón de esa zona. Quizá se deba a ello por qué su martirio duró tanto.
En esa habitación, testigo de ultrajes y flagelación, Giancarla pasó los últimos dos meses de su corta vida. Sus vecinos la recuerdan como “la recién llegada”.
Muchos ignoran la pesadilla que vivía a manos de sus padres: Cintia Aguanta (23) y Luis David Rojas (24), que casi la matan a golpes. Y de no ser por un rumor quién sabe cómo estaría. Unos vecinos comenzaron a comentar que oyeron llorar y gritar una noche a la niña. La denuncia se regó hasta que llegó a oídos de la Fundación Voces Libres, que hace un trabajo social desde hace años en la zona y cooperó en el rescate.
Silencio de los vecinos
Sin embargo, al estar en Palta Orko, se puede ver en los ojos de los vecinos temor y al mismo tiempo indiferencia sobre lo que ocurría a la niña, alegando que no sabían qué pasó entre las cuatro paredes de la casa de tres por cinco y que se enteraron del maltrato cuando un día llegó la Policía.
“No sé”, es la respuesta más común que tiene la gente de las casas más cercanas. Otros muestran indiferencia y rápidamente contestan “pero no fue aquí. Tal vez en otro barrio, en Villa Rosario creo”. La realidad los delata, la casa de Giancarla está a una cuadra, pero muchos la ven más lejos.
Unos pocos, que se cuentan con una mano se atreven a hablar escuetamente. Tal vez porque estaban tan cerca que les era imposible no escuchar el martirio de Giancarla.
Los vecinos cuentan que la veían solitaria sentada en el patio de la casa, la única con un cerco de madera del sector y con dos construcciones: la habitación de Giancarla y otra vivienda de medias aguas de otra familia.
Así era la casa donde vivía Giancarla, la niña de año y siete meses, flagelada por sus padres y violada presuntamente por el progenitor, en el último rincón de esa zona. Quizá se deba a ello por qué su martirio duró tanto.
En esa habitación, testigo de ultrajes y flagelación, Giancarla pasó los últimos dos meses de su corta vida. Sus vecinos la recuerdan como “la recién llegada”.
Muchos ignoran la pesadilla que vivía a manos de sus padres: Cintia Aguanta (23) y Luis David Rojas (24), que casi la matan a golpes. Y de no ser por un rumor quién sabe cómo estaría. Unos vecinos comenzaron a comentar que oyeron llorar y gritar una noche a la niña. La denuncia se regó hasta que llegó a oídos de la Fundación Voces Libres, que hace un trabajo social desde hace años en la zona y cooperó en el rescate.
Silencio de los vecinos
Sin embargo, al estar en Palta Orko, se puede ver en los ojos de los vecinos temor y al mismo tiempo indiferencia sobre lo que ocurría a la niña, alegando que no sabían qué pasó entre las cuatro paredes de la casa de tres por cinco y que se enteraron del maltrato cuando un día llegó la Policía.
“No sé”, es la respuesta más común que tiene la gente de las casas más cercanas. Otros muestran indiferencia y rápidamente contestan “pero no fue aquí. Tal vez en otro barrio, en Villa Rosario creo”. La realidad los delata, la casa de Giancarla está a una cuadra, pero muchos la ven más lejos.
Unos pocos, que se cuentan con una mano se atreven a hablar escuetamente. Tal vez porque estaban tan cerca que les era imposible no escuchar el martirio de Giancarla.
Los vecinos cuentan que la veían solitaria sentada en el patio de la casa, la única con un cerco de madera del sector y con dos construcciones: la habitación de Giancarla y otra vivienda de medias aguas de otra familia.
No hay comentarios